Seguridad Corporativa y Protección del Patrimonio. Seguridad Pública y Protección Civil
El incendio, fuego que se desarrolla sin control en el espacio y en le tiempo, es uno de los riesgos tan antiguos como el hombre. Toda vez que el fuego es una manifestación humana, debe asumirse la existencia del riesgo que lo acompaña y establecer, al mismo tiempo, los métodos para protegerse de sus efectos accidentales para alcanzar un nivel adecuado de seguridad contra los mismos, tanto desde el punto de vista humano como desde el punto de vista económico, por las cuantiosas pérdidas que ocasiona.
Cerca del fuego, tanto el calor generado como el humo emitido como consecuencia de la combustión, amenazan la vida. Sin embargo, a mayor distancia es el humo y no las llamas o el calor, el responsable de la gran mayoría de las víctimas de un incendio, ya sea por intoxicación directa, asfixia por disminución de oxígeno en el aire, o reducción de visibilidad por su opacidad, obstaculizándose la evacuación y extinción del mismo.
Experimentos de laboratorio llevados a cabo demuestran que en casi todos los materiales más comunes, la reducción de visibilidad es el primer problema que aparece a raíz de a exposición al humo que generan, esto es, que el humo es demasiado denso para ver, mucho antes de ser demasiado tóxico para respirar, hasta el punto de definirse el “tiempo de escape” como el intervalo transcurrido entre la detección del humo y el oscurecimiento visual. Otros estudios sitúan entre un 50 y un 64% las muertes atribuidas a la inhalación de humos y gases de combustión en los incendios, principalmente monóxido de carbono.
En cualquier caso, el efecto adverso de humos y gases de combustión es función de su toxicidad inherente y de lo rápido que el material se descompone, y ambos son factores muy importantes a considerar. En efecto, en la prevención de incendios puede ser más decisivo controlar la velocidad de emisión de humos, que su toxicidad intrínseca.
Por tal motivo, en un primer estadio de la prevención contra incendios, en todos los países , la problemática de la inflamabilidad de los materiales ha sido abordada en primer lugar y, en una segunda etapa, a la formativa y la reglamentación establecidas para clasificar a los materiales según su reacción al fuego, se ha incorporado la referente a la valoración de las atmósferas adversas creadas en la eventual descomposición térmica de tales materiales.
Desde esta perspectiva, la denominada reacción al fuego de los materiales, o aptitud de los mismos para favorecer o no la combustión, se complementa con la valoración de las atmósferas adversas creadas en la citada combustión, dando lugar a un criterio general de comportamiento al fuego de los materiales, que contempla ambos aspectos.
Cabe aquí, además, establecer la diferencia, no meramente semántica, entre tasa de riesgo y peligro de incendio, conceptos a menudo tomados como sinónimos, pero que son esencialmente diferentes.
El riesgo de incendio es definido por la American Society for Testing and Materials como la probabilidad de que tenga lugar un incendio, ligada al potencial del mismo para dañar vidas o bienes. Aplicándolo específicamente a la seguridad de vidas, el riesgo puede expresarse como el producto de tras parámetros distintos: la frecuencia esperada del suceso, el grado de exposición previsto y el potencial dañino.
Por tanto, el riesgo puede representarse en una escala a partir de cero, cuando cualquiera de los tres parámetros citados sea nulo, que permite determinar el punto a partir del cual el riesgo es inaceptable (peligroso) y por debajo del cual el riesgo se considera seguro. Esto implica que la seguridad incluye una cantidad cuantificable de riesgo.
Puede apreciarse que tal definición del riesgo utiliza el término “potencial dañino”, análogo al uso popular de la palabra “peligro”, mientras que se emplea en un sentido menos convencional. Aunque se argumente que todo material posee un peligro como propiedad inherente, esta calificación no es adecuada para referirse a la participación del mismo en un incendio.
Por tal motivo debe emplearse el concepto de potencial dañino, reservando el término peligro para el resultado de la valoración de un nivel de riesgo inaceptable. Desde esta perspectiva, el análisis del peligro constituye el proceso por el cual se determinan los niveles de riesgo que son aceptables e inaceptables. En un sentido más amplio, el análisis del peligro incluye también la contribución al potencial dañino y el impacto colectivo de las consecuencias de los productos de la combustión: calor, llama, humo y gases tóxico, en la valoración de riesgo a un nivel inaceptable (peligroso).
Obviamente, la toxicidad de humos por si misma, no puede tratarse independientemente del resto de elementos que contribuyen al potencial dañino y su incidencia en situar el riesgo en el nivel peligros. Además, la frecuencia esperada de un suceso y el grado de exposición, también deben considerarse en la determinación del riesgo para la seguridad vital. Por ejemplo: de un material que produce gases tóxicos en su combustión debería esperarse que contribuyese menos al potencial dañino si no ardiese rápidamente. Además, incluso si el potencial dañino fuese significativo, al combinarse con una baja frecuencia del suceso o con un mínimo grado de exposición, en ambos casos el riesgo se vería reducido.
Deben manejarse por tanto, conjuntamente, los datos de un test de toxicidad de humos con la información del calor, las llamas y el desprendimiento de humos para la designación de una tasa de riesgo con sentido propio.
No obstante la dificultad planteada, la dinámica de la vida social requiere planteamientos inmediatos para dar respuesta a las necesidades diarias de protección, lo que exige plantearse, aún a sabiendas de la complejidad del tema y del nivel de empirismo que inevitablemente deberá ser utilizado, un sistema de cuantificación del peligro de incendio y de los riesgos inherentes de los materiales.
Los riesgos asociados ala creación de atmósferas adversas durante la descomposición térmica de un material son diversos:
- La generación de humos puede dificultar la evacuación a causa de la opacidad.
- Los humos pueden producir irritaciones en los ojos y vías respiratorias, además de ser la causa que origina el pánico en una situación de emergencia por incendio.
- Los humos pueden ser tóxicos.
- Se puede crear una falta de oxígeno.
- El calor desprendido puede afectar a las vías respiratorias.
- Algunos elementos pueden tener una acción senergética y aumentar el riesgo.
Por estas razones, es notorio que la prevención de incendios, etapa fundamental de la protección contra incendios, no se puede limitar a controlar la propagación del fuego y los medios para evitarla, sino que debe contemplar también el papel que juegan los humos; pero es evidente, por la complejidad de los riesgos citados, que la problemática de la generación de atmósferas adversas presenta una notoria dificultad para su cuantificación. La multiplicidad de trabajos de investigación desarrollados en las tres últimas décadas con criterios a menudo muy dispares y resultados muy diversos, confirman esta aseveración que se manifiesta en una variedad de métodos propuestos en distintos países y por diferentes instituciones, para valorar la adversidad de las atmósferas creadas en la descomposición térmica de los materiales; si es notoria la falta de criterios universalmente aceptados para clasificar a los materiales según su reacción al fuego, cuando a ésta se añade la problemática de cuantificar la citada adversidad del entorno atmosférico que rodea a la combustión, la falta de unanimidad es aún más evidente.
Por otra parte, el nivel de riesgo de un material depende en primer lugar de dónde y como es usado. Si se usa en el interior de un habitat donde podría ser expuesto a un eventual fuego, el riesgo es de una magnitud distinta que si es usado en una habitación desocupada o en un área donde no se encuentren eventuales fuentes de ignición.
El riesgo asociado con el uso del material puede estar caracterizado por su contribución a la facilidad de ignición, propagación del fuego y generación de humo. Un material que no entre en ignición presenta un riesgo reducido, uno que no contribuya a la propagación o al crecimiento del incendio presenta también un rie4sgo bajo, y uno que genere poco o nada de humo tiene, así mismo, un riesgo reducido. Cada uno estos factores, debe entrar en la ecuación que define el riesgo y ninguno puede ser ignorado.
Como ejemplo hipotético, puede compararse el comportamiento de dos materiales genéricos A y B, de los cuales, el material A genera el doble de humo que el material B, pero el humo generado por el material A es un tercio de tóxico que el generado por el material B, siendo el ratio de propagación de la llama de A 1,5 veces el de B.
Considerando sólo la toxicidad en la comparación del riesgo ofrecido por los dos materiales, se concluirá que B posee el mayor riesgo. Sin embargo, el hecho de que A genere el doble de humo y que propague el fuego un 50% más rápido puede hacerlo más peligroso a pesar de su reducida toxicidad.
Únicamente teniendo en cuenta todas las propiedades de un material puede tomarse una decisión racional sobre cual proporcionará mayor seguridad.
En cualquier caso, existe una unidad de criterios en la diversificación de los dos parámetros a valorar:
- La disminución de la visibilidad (opacidad de los humos), que dificulta la evacuación del recinto.
- La contribución a la asfixia (toxicidad de los gases) por obstrucción de los alveolos pulmonares después de un determinado tiempo de exposición.
Sin embargo, el establecimiento de los niveles aceptables de ambos parámetros, aún asumida la adecuada correlación entre un método de ensayo determinado y la situación real de incendio, es complejo, especialmente para el segundo. En efecto, la determinación de la toxicidad de los gases de pirólisis a partir del conocimiento de los productos de la misma es difícil; debe tenerse en cuenta que un material puede generar un gran número de productos de combustión diferentes, entre los que la actuación simultánea de los potencialmente tóxicos sobre un ser viviente puede manifestarse en niveles diferentes: sistema nervioso, aparato respiratorio, sistema cardiovascular, etc. , con efectos sinergéticos, aditivos o contra puestos de compleja cuantificación, ya que la temperatura a la que son generados y las sucesivas temperaturas que puede alcanzar el entorno pueden modificar la aparición de los mismos y, aún, la generación de nuevos componentes.
Los métodos de ensayo para clasificar a los materiales en función de la toxicidad de las atmósferas de su pirólisis requieren, por tanto, en una primera etapa, la realización de ensayos biológicos (con ratas, principalmente) para establecer los niveles de toxicidad de los diferentes gases que pueden generarse o la adopción de unos valores aceptables obtenidos en investigaciones realizadas por instituciones de prestigio y, en una segunda, la aceptación de un método de ensayo para realizar la combustión de los materiales, recoger los gases desprendidos en la misma y analizar su composición para compararla con los estándares establecidos.
Con ello, se podrán establecer los criterios de aceptación de los materiales en función de la adversidad de las atmósferas que pueden crear su eventual descomposición térmica, y avanzar considerablemente en la prevención contra incendios, en el bien entendido de que ni aún en esta situación se podrá garantizar la seguridad de las personas; la citada complejidad de los humos y gases generados por la combustión así como el imprevisible comportamiento humano en un situación de presumible pánico, son factores difícilmente estimables y, menos aún, controlables.